LA ENTREGA
LA RENUNCIA A LOS RESULTADOS
«Nunca perderás el rumbo, pues Dios es quien te guía.»
Cuando nos entregamos a Dios, nos entregamos a algo mayor que nosotros, a un universo que sabe lo que está haciendo. Cuando abandonamos el intento de controlar los acontecimientos, éstos se suceden por sí solos en un orden natural, un orden que funciona.
Nosotros descansamos, mientras un poder mucho mayor que el nuestro se hace cargo de todo y lo hace mucho mejor que nosotros. Aprendemos a confiar en que el poder que mantiene unidas las galaxias puede manejar las circunstancias de nuestra vida, relativamente poco importantes.
La entrega significa, por definición, renunciar al apego a los resultados. Cuando nos entregamos a Dios, nos desprendemos de nuestro apego a la forma en que suceden las cosas afuera y empezamos a preocuparnos más por lo que pasa en nuestro interior.
La experiencia del amor es una opción que hacemos, una decisión de la mente: ver el amor como el único objetivo y el único valor real en cualquier situación. Mientras no elegimos esta opción, seguimos luchando por obtener resultados que creemos que nos harían felices.
Pero todos hemos adquirido cosas que pensábamos que nos harían felices, sólo para descubrir que no era así. Esta búsqueda externa de cualquier cosa -menos el amor- que nos complete y sea la fuente de nuestra felicidad, es la idolatría. El dinero, el sexo, el poder o cualquier otra satisfacción mundana no nos ofrecen más que un alivio temporal de nuestro pequeño dolor existencial.
«Dios» significa amor, y «voluntad» significa pensamiento. La voluntad de Dios es, pues, un pensamiento de amor. Si Dios es la fuente de todo bien, entonces el amor que hay dentro de nosotros también es la fuente de todo bien.
Cuando amamos, nos colocamos automáticamente en un contexto de actitudes y comportamientos que conducen a un despliegue de acontecimientos en el nivel supremo del bien para todos los afectados. No siempre sabemos cómo será ese despliegue, pero tampoco lo necesitamos. Dios hará Su parte si nosotros hacemos la nuestra. Nuestra única tarea en cada situación consiste simplemente en aflojar nuestra resistencia al amor.. Lo que entonces suceda es asunto Suyo. Nosotros hemos renunciado al control. Estamos dejándole conducir a Él. Tenemos fe en que sabe cómo hacerlo.
El tópico dice que algunas personas son más fieles que otras. Una aseveración más verdadera es que, en algunos dominios, algunos de nosotros estamos más entre gados que otros. Lo primero que entregamos a Dios, ciertamente, son las cosas que no nos importan demasiado.
Hay personas que no tienen inconveniente en abandonar su apego a los objetivos profesionales, pero no hay manera de que renuncien a las relaciones románticas, o viceversa. Todo lo que en realidad no nos importa tanto... estupendo, Dios puede disponer de ello. Pero si es realmente importante, nos parece mejor administrarlo nosotros. La verdad, naturalmente, es que cuanto más importante sea para nosotros, tanto más importante es renunciar a ello. Aquello que se entrega es lo que mejor cuidado estará. Poner algo en las manos de Dios es entregarlo mentalmente a la protección y el cuidado de la sociedad de beneficencia del universo. Guardárnoslo para nosotros significa un constante aferrar, atrapar y manipular.. Continuamente abrimos el horno para ver si el pan se cuece, y con eso lo único que logramos es que jamás llegue a hacerlo.
Allí donde nos apegamos a los resultados, nos resulta difícil renunciar al control. Pero, ¿cómo podemos saber qué resultado tratar de conseguir en una situación cuando no sabemos lo que va a suceder mañana? ¿Qué es lo que pedimos? En vez de «Dios amado, por favor deja que nos enamoremos, o por favor dame este trabajo», digamos «Dios amado, mi deseo, mi primera prioridad es la paz interior. Quiero la vivencia del amor. No sé lo que eso me aportará, y dejo en Tus manos el resultado de esta situación. Confío en lo que Tú quieras. Hágase Tu voluntad. Amén».
Yo sentía que no podía darme el lujo de relajarme porque Dios tenía que pensar en cosas más importantes que mi vida. Finalmente me di cuenta de que Dios no es caprichoso, sino que es más bien un amor impersonal por todo lo que vive. Mi vida no es ni más ni menos preciosa para Él que cualquier otra.
Entregarnos a Dios es aceptar el hecho de que Él nos ama y se ocupa de nosotros, porque ama y se ocupa de todo lo que vive. La entrega no obstruye nuestro poder; lo intensifica. Dios es simplemente el amor que hay dentro de nosotros, de manera que retornar a Él es retornar a nosotros mismos.
EL AMOR PERFECTO EXPULSA EL MIEDO.
SI HAY MIEDO ES QUE NO HAY AMOR PERFECTO.
MAS:
SÓLO EL AMOR PERFECTO EXISTE.
SI HAY MIEDO, ÉSTE PRODUCE UN ESTADO QUE NO EXISTE.
UCDM
1 comentario:
amo las referencias a un curso de milagros, amo la alegría de vivir, ¡celebremos!
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